viernes, 2 de marzo de 2018

ISMAEL SILVA MONTAÑÉS Y LA CULTURA LARENSE: LA REVISTA UNIDAD (1934)

En 1934, cuando llegaba a su fin la oscurantista dictadura de Juan Vicente Gómez Chacón, un caroreño enamorado de la cultura y el saber publicó lo que llamó “Unidad, revista mensual de cultura larense”. Era ese hombre Ismael Silva Montañés, quien era dueño de la Tipografía Arte, que tenía sus talleres en Carora, la “ciudad levítica” de Venezuela.
            El propósito de la Revista era el de “poner a disposición de los hombres de letras en la región larense una publicación (  ) que se preste a conservar para lo porvenir el fruto de sus capacidades intelectuales”. En otro lado dice que “su carácter es exclusivamente científico-literario, dejando las otras actividades de la prensa a los periódicos de diferente índole”.
Tengo entre mis manos un ejemplar de la Revista de Don Ismael, que fue donada a la Biblioteca Ismael Silva Montañés de la Alcaldía del Municipio Torres por sus hijos Álvaro y Bernardo, en la que puedo observar la calidad de los colaboradores así como del trabajo tipográfico, un portento del intelecto realizado cuando agonizaba la dictadura gomecista que hundió al país en la miseria cultural y en el analfabetismo.
Consta la revista de 256 páginas, impresa en buen papel, mide 15,7 x 21,8cms.             No creo que haya salido un segundo número. Ni siquiera aparece en el Diccionario general de la bibliografía caroreña (1984), del economista Alfredo Herrera Álvarez. Aquí podemos degustar de colaboraciones literarias, muy bien cuidadas de J. Giménez Anzola, quien escribe sobre El Papado I la redención, y más adelante el escritor caroreño Antonio Crespo Meléndez Gutiérrez escribe “protección, cooperación”, en donde llama “formar un bloque fuerte para resistir equilibrados los embates de los furiosos vendavales que hoy amenazan destruir al mundo”. El autor de “Procerato caroreño”, José María Zubillaga Perera, dedica un trabajo sobre la ascendencia caroreña del Doctor y Coronel Antonio Rangel, prócer de la Independencia, al Doctor Tulio Febres Cordero.

Con el título “Carora, ciudad colonial”, escribe en la página 26 de Unidad, Enrique A. García, quien hace referencia a “rejas y celosías y bellos rostros de mujeres por allí asomadas”. El editor de esta bella publicación, Don Ismael nos entrega  “Primeras armas de Reyes González”, la actuación de este prócer durante los terribles años de 1813 y 1814; le sigue otro trabajo del Editor titulado “La mujer de Reyes González”. (p. 32-36). Más adelante conseguimos un poema dedicado a Pedro León Torres, del recién fallecido J.T. Santelíz ( 1933), y que comienza así:
      ¡Salve Carora invicta:
          cuna preclara
de aquel “Ulises de Colombia”
                 Lara!
De aquel león de nuestras selvas:
     Torres! Salve! Loores!

José María Zubillaga Perera escribe de seguido “Ligeras consideraciones sobre las palabras del Libertador al saber la muerte del Gral. Pedro León Torres Arriechi”. Una mujer llamada María Alvarez de Alvarez, dama caroreña de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís, escribe en tono moralizante “Condiciones indispensables para ser feliz en el matrimonio”. Don Ismael dice allí en una nota que Doña María de Álvarez es la autora del primer libro escrito por una caroreña llamado “La voz de tu madre”.
Sobre la guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se hace eco Eudoro Madrid, cuando escribe “Horrores de la guerra”, artículo firmado en El Tocuyo el 26-08-1934. Otro colaborador tocuyano es Ramón Orellana. En la página 58 aparece una “Novelita por Antuco Amable”, titulada “Prueba tremenda”. Se trata de un cuento largo, publicado en 1902, que pinta escenas de la vida social barquisimetana. No pudimos averiguar quien se esconde tras el seudónimo de Antuco Amable. Un tal Mario de Lara escribe (p. 70): “Extención i límite de la incumbencia”, en tanto que J. Giménez Anzola lo hace sobre “Conceptos psicológicos sobre los deportes”, donde hace referencia al furor psicopatológico que observó en Barquisimeto cuando se enfrentaban los equipos de béisbol el Japón y el Royal.
       En este portento de la cultura larense, que fue la Revista Unidad, no podía faltar la figura de Don Cecilio “Chío” Zubillaga, quien acababa de fundar en esos años en Carora la Biblioteca Pública Idelfonso Riera Aguinagalde. Colabora con un artículo titulado “Dos cartas inéditas de Guzmán Blanco”, a las cuales hace un estudio introductorio para luego presentarlas in extenso, ambas misivas fueron dirigidas por el Ilustre Americano al Gral. Jacinto (Fabricio) Lara en 1874. Otro faro de la cultura en Carora, el Dr. Ramón Pompilio Oropeza se refiere a su nieto Joel en su primera comunión; seguidamente (p. 38), Don Ismael inserta el capítulo VII del libro “El niño”, escrito en Carora por el Dr. Pastor Oropeza Riera, allí hace referencia este sabio caroreño a la higiene del niño, el baño, el vestido, el cuarto, la cuna, cuidados de la boca, entre otros aspectos.
            Decíamos que la Revista Unidad tenía carácter científico-literario, que se editaba en Carora en 1934, bajo la dirección de Ismael Silva Montañés. En la página 97 escribe Martín Segundo Álvarez “Datos sobre infinitesimalismo”, sobre la vida microscópica y el relevante papel de la ciencia de la química desarrollada en Alemania. En la página 106 podemos encontrar dos poemas a dos maestros larenses, Don Egidio Montesinos y el Dr. Ramón Pompilio Oropeza, escritos por J. N. Silva Castillo. Don Ismael hace referencia al conflicto Iglesia-Estado en México priísta, sin hacer mención a la revuelta de los “cristeros” acontecido en 1926.
            La Revista tenía una sección llamada Estudios históricos, en la cual escribió Enrique A. García “Miranda y la capitulación de San Mateo” (p. 112); desde la página 122 hasta la 132, continua la Novelita “Prueba tremenda” de Antuco Amable, le siguen colaboraciones de Rafael María Garmendia, poemas del Cabudare Héctor Rojas Meza, los poemas “Velorio campesino” y “Visión de reposo”, del poeta proletario caroreño Segundo Ignacio Ramos; más adelante, un segundo artículo científico de Martín Segundo Alvarez que lleva el nombre de “Venenos - medicamentos i viceversa, medicamentos - venenos”.
Otro colaborador, Quírico A. Sisirucá, hace un esbozo biográfico del general caroreño Pilar Bracho, quien participó en la Guerra Federal. El médico e historiador caroreño, Dr. Alberto Silva Alvarez nos muestra una serie de cartas del general Guzmán Blanco al general Jacinto (Fabricio) Lara. De seguido aparecen las palabras de J. Giménez Anzola para la apertura de la Asamblea Legislativa. Sobre el séptimo arte, el cine, escribe Teolíndo Crespo Meléndez un artículo titulado “Apostilla”. Una dama tocuyana, Carmen Elena Mendoza, escribe un poema: “Ruego”. Desde México reproduce Unidad un proceso seguido a un sacerdote complicado en el asesinato del general Álvaro Obregón, en tanto que otra dama, Elisa García, desde la población de Guarico envía un poema bastante pesimista: “Soledad”.
TULIO FEBRES CORDERO
Y en la página 186 continúa la novelita “Prueba tremenda”, hasta la página 198. De inmediato aparece un cuento del sabio merideño, Don Tulio Febres Cordero, con el nombre de “La mata de centavos”. Eladio A. del Castillo hace más adelante un análisis de una fábula, “El grillo”, que realizó una joven bajo su dirección, la señorita María Cristina Cortés. De seguido J. Giménez Anzola en un penetrante análisis psicológico se refiere a la sustitución de los ideales por lo que llama el grillo, es decir “la idea de la jefatura en nuestro grillo principal”, dice. Continúa la Revista con unos poemas de Pedro Montesinos titulados “Notas” (p. 210-214).


El 22 de diciembre de 1934 falleció el Dr. Ramón Gualdrón, fundador del orfanato de Barquisimeto, con tal motivo Unidad publica un homenaje a la memoria de este pedagogo y médico larense. El joven tocuyano Carlos Felice Cardot nos entrega una reseña sobre el Centenario del Colegio Nacional de Barquisimeto, institución que a fines del siglo XIX se convirtió en Colegio Federal de Primera Categoría, y que otorgaba títulos de médicos y de abogados. Más adelante (p. 220), Domingo Amado Rojas dedica al Dr. Pastor Oropeza un cuento terrorífico con el nombre de “La hamaca”. Con el título “La independencia de la Provincia de Coro”, escribe el editor de la Revista, Ismael Silva Montañés.
No podía faltar en esta Revista de cultura la pluma del Dr. José Gil Fortoul, escritor positivista al servicio de la tiranía gomecista, quien escribe sobre la libertad, “término tan vago que pierde toda significación precisa”, dice. Otros colaboradores son Juan Liscano y Miguel E. Pacheco. Cierra la Revista con la novela corta “Prueba tremenda” (p. 252 a 256), “un autor que abusa de los provincianos y barbarismos, puesto que es imposible – dice una nota – escribir en Venezuela la novela criolla en castellano correcto”.
La Revista recibía diversas publicaciones, tales como el Boletín del Archivo Nacional, los diarios El Anunciador, de Barquisimeto, Yaracuy, de San Felipe, La Lid, de Barquisimeto, El Arado de El Tocuyo, Patria, de Mérida, Alma Libre, de Yaritagua, la revista caraqueña América, desde Boconó El Timonero; la Voz de Valera, Ecos del Turbio, El Impulso y La Caridad, de Barquisimeto, desde Quíbor Amor Patrio, Revista de Derecho y Legislación, de Caracas, Mi Bandera, por A.R. Piñero, de Tucupido, La Voz de Portuguesa, semanario de Acarigua. Tenía también una página bibliográfica (p. 110) donde hace una reseña del poema “La palabra al viento”, de Antonio Spinetti Dini, un poeta vanguardista nativo de Mérida, poemas – dice – de una sencillez encantadora aunada a una atractiva claridad…”
En la página 184, en una sección titulada Nuestra voz, se ataca a “la historia romántica que ha ocultado al Bolívar de carne i hueso”, idea que expresa el historiador colombiano R. Botero Saldarriaga en su libro El Libertador Presidente. De seguido las publicaciones recibidas: “Los trastornos vaso-motores en la lepra”, de Carlos Zubillaga Z.; una memoria que el Concejo Municipal de Urdaneta presenta a la Asamblea Legislativa del Estado Lara; de Alberto Silva Alvarez su General Juan Jacinto Lara, tesis presentada en la Universidad de Los Andes, Editorial PATRIA, Mérida, 1934; más adelante señala que el diario La Religión publicó fragmentos del escrito de Don Ismael referidos a la bárbara persecución religiosa de que es víctima el noble pueblo mexicano, se queja la revista de que sus artículos son publicados en algunos periodicotes del país sin decir o indicar su procedencia.
Otras publicaciones recibidas son: Orión, de Maracaibo, exalta un artículo allí publicado “La noche de San Bartolomé” del Sr. Don Pedro R. Barboza. Allí se dice: “Lo que no nos explicamos nosotros es cómo un medio relativamente estrecho como Maracaibo, haya podido desarrollarse tan ampliamente un jenio como el del Sr. Barboza: nosotros, mientras vienen los sabios a explicarnos tan maravilloso hecho, admiramos i                     callamos”. (p. 185).
Escribir, editar e imprimir una revista y un libro en tiempos de la dictadura de Gómez era una verdadera labor de Sísifo. Recojo estas palabras de Hermann Garmendia para calificar el  portento de audacia y creatividad de Ismael Silva Montañés para editar la Revista Unidad en la Tipografía Arte, en la Carora de 1934 y cuando faltaba un año para la muerte del general Gómez. Sin los medios y facilidades que nos brinda la tecnología y el clima de libertades de hoy, Don Ismael imprimió en su taller y en dos volúmenes el “Historial genealógico de familias caroreñas”, de Ambrosio Perera, en 1933.

Don Ismael, quizás se inspiró en otra revista editada en Carora, con el nombre de “Minerva” una “Revista científica y literaria” dirigida por el Dr. Rafael Tobías Marquís, una publicación del Liceo Contreras, instituto sólo para señoritas, y que comenzó a circular en enero de 1915. O bien pudo hacerlo de la afamada y hasta ahora nunca igualada revista “El cojo ilustrado”, quien nació en 1892 en Caracas, y entregó su último número en 1915.
Lo cierto es que Don Ismael tenía contactos con lo mejor de la intelectualidad venezolana de la época, desde Don Tulio Febres Cordero hasta Juan Liscano, Chío Zubillaga, y Antonio Crespo Meléndez, entre otros. Tuvo el mérito de dar lugar a las mujeres como colaboradoras, tales como María Alvarez de Alvarez, Elsa García, Carmen Elena Mendoza M., a personas que estaban diseminadas por buena parte del país, Caracas, Mérida, Barquisimeto, El Tocuyo y Carora, lo que hizo por breve tiempo a esta última ciudad el epicentro de un activo movimiento cultural.
Antes de la Revista Unidad había fundado Don Ismael el periódico “Unidad” que circuló entre 1931 y 1935; en 1933 editó un opúsculo: “Imprentas y periódicos caroreños”, y fue además un defensor de las ideas de la Democracia cristiana, inspirado en las Encíclicas papales Rerum Novarum de León XIII, así como el derecho a la mujer a incursionar en el mundo intelectual y a liberarlas de ese mal latinoamericano, el machismo. Al final de su vida se dedicó a la empresa más ambiciosa: “Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano”, publicada en cuatro tomos por la Academia Nacional de la Historia en 1983.

Fue Don Ismael un hombre autodidacta y de pensamiento más bien conservador, y quizás por ello mismo fue capaz de realizar en la provincia venezolana, en Carora y en San Felipe, una extraordinaria obra de cultura, que culminó en Caracas a una edad avanzada cuando ya enfermo concluyó su monumental obra Hombres y mujeres del siglo XVI venezolano, siglo que, como sabemos, fue genésico de nuestra nacionalidad venezolana, trabajo que de haber tenido en sus manos Rufino Blanco Fombona y el médico psiquiatra Francisco Herrera Luque, hubiesen de seguro modificado sustancialmente sus afirmaciones, las que fueron en su momento muy polémicas.
Don Ismael falleció en Caracas en 1982 y sus ojos no pudieron ver los cuatro volúmenes de su obra de madurez. Había nacido en Carora en 1901, por lo que podemos afirmar que la Revista Unidad es una obra de su juventud, realizada cuando la noche gomecista llegaba a su fin. Este esfuerzo intelectual fue una reserva que se activó tras las muerte de Gómez, con lo cual las fuerzas democráticas de la cultura se expandieron con la llegada al país de Don Mariano Picón Salas, las Misiones Educativas Chilenas, la creación del Instituto Pedagógico Nacional, la Escuela de Artes Plásticas en Barquisimeto, el estallido popular y la formación de los partidos políticos modernos.
La Revista Unidad, editada en 1934, nos coloca ante el dilema de revisar la famosa frase de Picón Salas y que reza: “Venezuela entró al siglo XX en 1936”, afirmación que de seguro no habría compartido Don Ismael, allá en su recoleta Carora, pues su Revista era la muestra de que había en Venezuela una luz en la oscuridad, un esfuerzo cultural que se repitió en otras ciudades del país y que los esbirros del dictador no pudieron acallar. Yolanda Segnini, una historiadora caraqueña ha mostrado que entre 1909 y 1935 se editaron más de mil impresos, y estoy casi seguro que no incluyó allí esta Revista nuestra, impresa en la remota provincia, en la recoleta y clerical ciudad de Carora.
¿Era Don Ismael partidario de ese “mal necesario”, la dictadura de Gómez?, ¿Habría compartido la tesis del “gendarme necesario” de Vallenilla Lanz? No lo creo, pues no creía que fuéramos un pueblo de ineptos, tomado como justificación del gomecismo. Recordemos que en su ciudad compartió afanes de redención social y cultural con reconocidos antigomecistas como Chío Zubillaga Perera, Juan Oropesa (sic), el médico Pastor Oropeza y Francisco Daniel Mármol. Y si leemos con atención la Revista  notaremos allí una omisión muy significativa, las loas y los panegíricos al dictador, lo cual era muy corriente entre los áulicos de la “malhechuría”, tal como se refería Chío Zubillaga de la dictadura.
Hemos dicho que el credo de Don Ismael era conservador. Su postura ante el fenómeno de los cristeros mexicanos y sobre los protestantes es decididamente reaccionaria. Decía que los protestantes eran disociadores y antipatriotas, en tanto que exaltó a los mártires del movimiento de los criste0072os, quienes se opusieron violentamente a la sujeción de la Iglesia por el Estado promovida por el General Calles en 1926.
Con todo, debemos reconocer que con su imprenta hizo prodigios en la provincia venezolana, pobre y abandonada, este hombre voluntarioso y autodidacta, quien realizó en su Carora natal la proeza de editar e imprimir libros en la década de 1930, cuando en la actualidad y con los medios tecnológicos del siglo XXI nadie se atreve a hacerlo.

Livio Martinengo: El italiano más caroreño

Si hay un italiano que se haya involucrado de manera notable y valiosa en cualquier actividad social y cultural en Carora y el Municipio Torres, ese es Don Livio Benito Martinengo Mazzola, cual es su nombre completo. Nació este buen hombre en una localidad vinícola norteña de la península llamada Asti, región del Piemonte, cercana a Francia, el 31 de enero de 1937, cuando el dictador Mussolini se encontraba en el cenit de su popularidad. Le tengo un inmenso cariño por su don de gentes y porque junto a mi padre, Expedito Cortés, funda el Cuerpo de Bomberos y participa largos años en el Rotary Club. Desde muy joven comienza a trabajar para ayudar a su humilde familia campesina, y a los 12 años lo hace en una fábrica de madera. En una escuela técnica nocturna aprende el oficio de soldadura. Pero el inmenso desempleo de la posguerra y el duro servicio militar obligatorio italiano le motivan a emigrar.
Parte desde Génova, la ciudad en donde naciera Cristóbal Colón, a bordo del buque Castell Verde y tras escala en Tenerife, islas Canarias, llega a Venezuela por el puerto de La Guaira el 5 de septiembre de 1956, invitado por su hermana Leticia, quien vivía en Carora desde 1952, en tiempos de la Junta Cívico-Militar de Gobierno, presidida por Germán Suarez Flamefich. Se encarga a los 19 años de edad de ayudar al suegro de ella en la atención del  Hotel Bologna, posteriormente abre la oficina de Aerocamiones de Venezuela (Aerocav), en el edificio del empresario valerano Onésimo Viloria, ubicado en la vieja avenida Miranda, la que por entonces era un “lomo de perro”. Uno de los visitantes atraído por los suculentos espaguetis del hotel era el doctor Pablo Álvarez Yépez, “Paúcho”, con quien entabla cálida amistad y el cual  lo invita a los selectos salones del Club Torres, lugar donde establece relaciones comerciales provechosas con prósperos ganaderos y comerciantes.
Contrae matrimonio con la caroreña Rosario Velázquez en la iglesia Cristo Rey de los padres escolapios, enlace del cual nacen seis hijos que son anteriores al acto religioso, pues Monseñor Pedro Felipe Montesdeoca en visitas a su hogar lo motiva a casarse con “Chayo” como Dios manda. Los  retoños de esta relación feliz son: la ingeniera Nereida, la licenciada administradora Ingrid, el ingeniero mecánico Livio, la educadora Ilenia, los licenciados en relaciones industriales Rodolfo y Carolina, Roberto.
Como he dicho, Livio es incansable y participa con entusiasmo sin igual en múltiples actividades: fue gerente de la distribuidora  Gas Shellane, por entonces el único gas que se comerciaba en el país,  Autobuses de Venezuela (Aerocav), Hotel Indio Mara, miembro fundador del Rotary Club con el doctor “Paúcho”, Club Ítalo-Venezolano, Red de Emergencia, Fundación para la Educación Superior, grupo de luchadores de donde nace el Politécnico y la Universidad Caentroccidental Lisandro Alvarado en nuestra ciudad y en donde tuve la oportunidad de luchar a su lado y el pbro. Andrés Sierralta; apoyado por un grupo de sus connacionales resulta electo concejal por el “partido del pueblo” Acción Democrática, dirige las ligas de ciclismo y softball con el Instituto Nacional de Deportes, así como la Liga Carlos Alberto Santeliz y Criollitos de Venezuela, del Municipio Torres. En las actividades deportivas llega a servir de chofer de los autobuses que trasladaban a distintas ciudades a los deportistas, e incluso, si era necesario, servía sin complejo alguno como árbitro de los encuentros de beisbol.
Cuesta trabajo entender que algunos de sus paisanos no le consideran de veras un italiano a carta cabal. Ello se debe a la profunda división que existente entre la Italia desarrollada e industrial del norte, de donde es oriundo Livio, y la Italia agrícola y campesina del sur: napolitanos y sicilianos que son la mayor parte de los ítalos residentes en Carora. Pero él ha superado estos recelos y espinas que no tienen sentido ya de este lado del Atlántico. Yo mismo lo he visto auxiliar a sus paisanos en estado de aprietos económicos o en el extremo caso de una defunción correr con los gastos mortuorios. Es que Livio se ha ganado de buena lid el respeto y la consideración de ellos, los itálicos residentes en el semiárido venezolano.

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...