viernes, 27 de abril de 2018

¿Es moderna nuestra literatura?


Es una inquietante pregunta que se hace  Octavio Paz, mucho antes de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1990.  Escribe  el mexicano un ensayo con esta pregunta turbadora en  Cambridge, Massachusetts, en 1975. Confieso que  he leído muchas veces este escrito, que apenas tiene 11 páginas, y que me ha hecho meditar hasta el aturdimiento. Allí afirma que nuestra literatura tiene  una debilidad, visible sobre todo en el dominio  del  pensamiento crítico, que nos ha llevado a preguntarnos si la literatura hispanoamericana, por más original que  sea y  nos parezca, es realmente moderna.
Para  nuestro asombro, afirma Paz que no es moderna nuestra literatura, y ello lo dice porque lo que hace a una literatura realmente moderna es la crítica, un elemento del cual carecemos los hablantes de la lengua  castellana. Una literatura sin crítica no es moderna o lo es de un modo peculiar o contradictorio. Hay una  ausencia de crítica en Hispanoamérica.
Hemos  tenido –agrega Paz- buena crítica literaria: Bello, Henríquez  Ureña, Rodó, Darío, Alfonso Reyes, Rama, Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges. Lo que  no  tuvimos ni  tenemos son movimientos intelectuales originales. No hay nada comparable en nuestra historia a los hermanos Schlegel; a Coleridge,  Wordsworth; a Mallarmé, al Nuevo Criticismo en Estados Unidos, a Richard y Leavis en Gran Bretaña, a los estructuralistas de París. La razón de esta anomalía es que en nuestra lengua no hemos tenido un verdadero pensamiento crítico ni en el campo de la filosofía ni en el de las ciencias y la historia. Por eso  somos una porción excéntrica  de  Occidente.
Esa excentricidad -agrega- comenzó en el siglo XVII, puesto que no tuvimos Revolución Científica (Kepler, Galileo, Newton); y continuará en el siglo XVIII porque no tuvimos,  sobre todo, un equivalente de la Ilustración y de la  filosofía crítica. Ni con la mejor voluntad podemos comparar  a  los españoles Feijoo o a Jovellanos con Hume, Locke, Diderot, Rousseau, Kant. Allí está la gran ruptura; allí donde comienza la era moderna comienza también nuestra separación.
Nuestra incapacidad  de ponernos a tono con la modernidad ha  producido, oblicuamente, obras literarias únicas y excepcionales. Pero en el campo del pensamiento, la  moral pública  y  la  convivencia social, nuestra excentricidad ha sido funesta: no conocemos la tolerancia, por ello vivimos en una crónica inestabilidad, el desorden, la pasividad, la demagogia y el caudillismo.
Este es fundamentalmente el discutible pensamiento de Paz. ¿Habremos de darle todo el crédito que se merece?  A mi manera de ver, no. El pensador francés Alan Guy, por ejemplo, nos dice que en filosofía hemos mostrado un sorprendente complejo de inferioridad, que creemos equivocadamente que nada de lo ibérico sea profundo y válido. Nos muestra Guy que han sido notables las prospecciones de Andrés Bello, Leopoldo Zea, O´Gorman, José Gaos, Salazar Bondy y Mayz Vallenilla.
Y qué decir de las ciencias naturales, donde destacan los  biólogos chilenos Maturana y Varela y su relevante concepto de autopoiesis; el venezolano Humberto Fernández Morán, creador del prominente concepto de crioultramicrotomia. En el pensamiento sociológico e histórico debemos hacer referencia obligada al semiólogo argentino Walter Mignolo, figura central del llamado poscolonialismo latinoamericano; a José Carlos Mariátegui, un “agonista del socialismo”; a José  Vasconcelos, a quien Keyserling consideraba el más grande pensador de América Latina; y no puedo menos decir que sería una grave omisión no destacar a Gustavo Gutiérrez, a Leonardo Boff, a Frei Betto, quienes crearon la muy original Teología de la Liberación latinoamericana, una verdadera “visiones  del mundo” de  vanguardia. Y más cerca de nosotros, en Colombia, cómo obviar al filósofo Santiago  Castro Gómez, quien  ha deslumbrado  con su Hibrys del punto cero y también  Crítica de la razón latinoamericana.
Al final de cuentas, el viejo y cansado Occidente debería  recoger del Nuevo Mundo Hispanoamericano varias benéficas lecciones de lucidez y de sabiduría.  Cosa nueva y potente se ha estado cocinando entre nosotros, aunque Paz sostenga lo contrario.

lunes, 2 de abril de 2018

El nacimiento del arte abstracto


Se considera que la primera pintura abstracta se la debemos a Vasily Kandinsky, pintor ruso que en 1910 observa maravillado una acuarela, un cuadro-jeroglifico suyo, que había sido colgado al revés en su estudio de Munich. No estaba solo en ese empeño de reemplazar el objeto, pues casi simultáneamente y de manera impresionante lo acompañan el holandés Piet Mondrian en París (1914) y el ruso Kazimir Malevicht en Moscú (1915). Los tres llegan a la abstracción, una elección tan radical y tan grave en la historia del arte, por vías muy diferentes e igualmente aberrantes: extrañas especulaciones estéticas y metafísicas que el positivismo había pensado erradicar del pensamiento de la civilizada Europa.
En Kandinsky se observa la influencia del espiritualismo del siglo XIX y sus figuras más descollantes: Alan Kardec y Madame Bavlatsky. El francés Kardec  con su obra El libro de los espíritus, en tanto que Blavatsky es autora de La doctrina secreta, y es una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica. Su influencia llegó hasta Joyce, Borges, Gandhi y al pintor Mondrian. Esta doctrina le permite convertirse al pintor ruso en profeta o mago de una nueva edad, y el arte experimenta una elevación casi mística. El arte abstracto comenzó entonces como un arte religioso y metafísico. Presenta Kandinsky a Maeterlinck como verdadero visionario que realiza el viaje espiritual con el que sueña él para la pintura. En música declara su adhesión a Schönberg, Wagner y Debussy, se siente próximo a los prerrafaelistas ingleses, Rossetti y Burne-Jones. Estas ideas le hicieron entrar en conflicto con los comisarios comunistas de la cultura, quienes logran en 1921 sacarlo de la Unión Soviética.

Mondrian alcanza la abstracción como misionero puritano calvinista y de convicciones teosóficas. Soñaba con una pintura de pureza estética y moral. Una convergencia de lo bello con el bien. El arte juega un papel iniciático en el misterio de sublimación en relación con la vida y la naturaleza. La creencia en la reencarnación y en la misión del artista en el advenimiento de una sociedad armoniosa constituyeron los requerimientos para que Mondrian pasara del cubismo de Braque y Picasso a la abstracción.  No soportaba la naturaleza y su desorden, hasta tal punto que puede hablarse en él de una represión de la naturaleza y de una sublimación artística extrema.morirá en Nueva York en 1944.  
Y finalmente el tercer inventor del arte abstracto, Malevich, quien combina el nihilismo ruso con la abstracción de una manera singular. El nihilismo, una creación del escritor Turgenev, abjura de los objetos de la creencia sin renunciar a la fe, la verdad reside en la nada.  Lanza el suprematismo en 1916, vinculándose a la vanguardia política, pero pronto cae en desgracia, pues, como ya le había sucedido a Kandinski, es echado de sus responsabilidades artísticas por el dogmatismo y la intolerancia soviéticas.  


Coincidencia de una pintura decisiva de la historia y unas filosofías pasadas de moda que le sirven de pretexto, ¿No se encontrará -se pregunta Antoine Compagnon en su libro Las cinco paradojas de la modernidad. Seuil, 1990- la misma mezcla, el mismo desnivel o la misma tensión, en la mayoría de los artistas contemporáneos verdaderamente novedosos? El arte nuevo no ocurre sin arcaísmo. De esa manera el Quijote en su reacción contra la anacrónica novela de caballería, Cervantes funda la novela moderna.  

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...