sábado, 2 de septiembre de 2017

El Niño, un libro del Dr. Pastor Oropeza

Dr. Pastor Oropeza Riera
El   Diccionario de Historia de Venezuela menciona a varios distinguidos  hombres de apellido Oropeza, todos  caroreños: Dr. Juan,  abogado y escritor, rector de la UCV en 1945; Dr. Juan Manuel, rector de la Universidad de Caracas en 1819; Dr. Ramón Pompilio, fundador del Colegio  Federal Carora en 1890; Dr. Ambrosio, abogado, constitucionalista en 1947 y 1961; y por supuesto el Dr. Pastor Oropeza Riera (1901-1991),  eminente pediatra, escritor, pedagogo y político que nos ocupa.
Cuando el Dr. Pastor regresó en su vejez a Carora en 1982, tuve la oportunidad  de entrevistarlo en compañía de Gerardo Pérez y Alejandro Barrios y hacerle  caricaturas  para el periódico Yaguarhá, órgano de la Sociedad Amigos de la Cultura. Como probado caroreño que era, se vino a morir a Carora. Acá pasaba los días  en su casa de la calle Contreras, acompañado de su esposa  Egilda, sus cigarrillos y recuerdos. Un retrato de “Papa Poncho” presidía su biblioteca. Le hice saber, para su sorpresa, que leía yo El orden caníbal, una dura critica a la profesión médica como  negocio. Alabó a su hijo natural, Héctor Mujica, como un gran escritor.
Se me pide escribir sobre él a propósito de su natalicio el 12 de octubre. Elijo hacerlo sobre uno de los libros fundamentales de la medicina en Venezuela. Me estoy refiriendo a El Niño, escrito por el joven  Pastor en 1935, que seguramente redacta mientras ejercía  la medicina y el cargo de sub-director del Colegio Federal Carora.  Es un pequeño texto de 212 páginas, impreso en la Editorial  Elite, Caracas. Ameno y pedagógico, exhibe unos rasgos fundamentales: subraya constantemente el carácter social del oficio médico, y trata de adaptar los conocimientos médicos adquiridos en Francia a las condiciones del trópico.  
Como  sabemos, Pastor  gradúa de bachiller de la mano de los doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga, en el Colegio Federal Carora en 1916; de médico lo hace  en la Universidad de Caracas, en 1924, cuando refulgían las figuras de los doctores Luis Razetti y José Gregorio Hernández; y continuará sus estudios de posgrado en la Universidad de París, en donde recibe  en 1928 el título de Médico Colonial, especialidad Pediatría, bajo la guía de los doctores Marfan y Nobecourt.
Durante 10 años será médico pediatra en su ciudad natal. Esta experiencia in situ le permitirá obtener una visión concreta de las terribles condiciones de salud de los neonatos  en el semiárido. En 1935, año de la muerte de Gómez, publica El Niño, un libro señero en la medicina venezolana y que llamará la atención del médico y político Dr. Enrique Tejera, Ministro de Sanidad del gobierno de López Contreras, quien deslumbrado por lo que lee allí, lo invita a incorporarse al recién creado despacho. Nace de esta manera y con esta oportuna publicación el que será llamado Padre de la Pediatría en Venezuela.
El libro esta dividido en nueve  capítulos, con una suerte de introducción: El por qué se escribió este libro.  El cuerpo del texto se refiere  al niño en general y normal, lactancia materna, alimentación por una nodriza mercenaria, lactancia artificial, niños débiles y gemelos, alimentación en el sexto mes en adelante, destete-ablactación, higiene, el niño enfermo, reglas de higiene infantil.
Eran esos capítulos unas conferencias sobre Puericultura que elaboró cuando trabajaba como medico junto a la Sociedad Teresitas del Santuario, mujeres que socorrían con alimentos y medicinas al elemento menesteroso. Una vez escritas decide publicarlas en forma de libro. No existía entonces un tratado completo de Puericultura en el país. “Llena esta publicación un vacío, aunque sin exponer nada original”, dice su autor en un gesto de modestia.
Nos advierte que entre nosotros, más por ignorancia que por indiferencia y crueldad, existe una incomprensión absoluta de lo que significa el niño y su formación. Que la sífilis y el alcoholismo son dos venenos que de manera marcan su huella en la descendencia. El venezolano bebe demasiado.  Se deben suprimir los brebajes y depurativos de los mercaderes y hacer de los productos antisifilíticos medicamentos de Estado. Se debe estimular el deporte entre la juventud. Esa práctica hace falta porque los domingos son muy aburridos en los pueblos.
Estimula a las caridades privadas a la constitución de sociedades destinadas a la protección de la mujer indigente en cinta, como las mutualidades maternales y comedores gratuitos. Se deben revisar los aspectos legales de la protección de la madre y del niño, pues nuestra legislación es muy atrasada. Las mujeres son tiradas a la calle por el delito de tener un hijo en sus entrañas. Se debe igualar la condición del hijo natural a la del legítimo. Si al niño no se le protege, se le cuida y se le alimente convenientemente, lo más probable es que perezca y eso es lo que sucede en gran parte entre nosotros. De ahí lo exagerado de la mortalidad infantil venezolana, desgraciado factor que mantiene nuestra población estacionaria, a pesar del coeficiente de natalidad elevada.
Previene sobre la lactancia artificial. La leche materna es para el niño el único alimento racional, es la única que él puede digerir sin perjuicios para su salud. Señala que en Carora en 10 años de ejercicio ha notado solamente dos casos de muerte por gastroenteritis en dos niños  de las clases pudientes sometidos a lactancia mixta. Las curvas de peso y su evolución son iguales, si no superiores, a las expuestas por autores europeos. Agrega que el factor calor no afecta el desarrollo normal de los neonatos, como se cree en Europa. Debemos adaptar nuestros géneros de vida al trópico. La higiene nuestra debe ser distinta a la europea.
Finalmente observaremos que  Oropeza reconoce que el Presidente Gómez prestó atención y dio su apoyo para la consultoría pediátrica en el Hospital Vargas y que construye un hospital de niños, la Casa-Cuna Concepción Palacios, un reconocimiento que es oportuno destacar, pues entre nosotros ha calado la rotunda  afirmación  de Mariano Picón Salas de que Venezuela entró al siglo XX en 1936.

El juicio del mono (1925)

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