martes, 28 de mayo de 2013

Currículum explícito y oculto en institutos de educación primaria y secundaria en Carora siglo XIX. Un enfoque desde la Historia Social.

República Bolivariana de Venezuela.
Universidad Pedagógica Experimental Libertador.
Instituto Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Dirección de Investigación y Posgrado.
Estudios Posdoctorales en Ciencias de la Educación.
Barquisimeto.






Currículum explícito y oculto en institutos de educación primaria y secundaria en Carora siglo XIX. Un enfoque desde la Historia Social.



Autor: Dr. Luis Eduardo Cortés Riera.
Responsable academico: Dr. José Sánchez Carreño.
Seminario: Los debates en el Currículum. Realidades y desafíos.




Barquisimeto-Carora, Estado Lara, Mayo 27 de 2013.
RESUMEN.

El presente trabajo sobre el currículum explícito y el currículum oculto, tiene un sentido histórico, pues le damos un tratamiento desde la historia social, y desde esta perspectiva de análisis se traslada a dos instituciones educativas creadas por los godos o patricios de la conservadora ciudad de Carora, Venezuela, en el siglo XIX: el Colegio Santa Teresa para señoritas y el Colegio Federal de Varores de Carora. Allí pudimos apreciar que el catolicismo y las humanidades clásicas permean de manera contundente la acción pedagógica y los currículum de ambos institutos, a pesar de que el discurso del la filosofía positivista estaba en su cénit de autoridad y prestigio en las últimas décadas de tal siglo. Son dos discursos, el sagrado que viene de la Antigüedad por un lado, y el de la Ilustración y el positivismo comteano y spenceriano por el otro, que pugnan por hegemonizar en la educación y sus actores, enfrentamiento más o menos velado y nublado que se constituye en una evidente muestra paradigmática de lo que se ha llamado de manera reciente “currículum oculto.”
Palabras clave: historia social, godos de Carora, educación primaria y secundaria, currículum explícito, currículum oculto, catolicismo, humanidades clásicas, positivismo,


INTRODUCCION.
El currículum es una palabra de una dificultad enorme, pues hay tantas definiciones como autores. Visto este problema hemos decidido tomarle la palabra a una de las voces más autorizadas en cuestiones educativas, esto es, la Unesco. Para este organismo de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura, el currículum “son todas las experiencias, actividades, materiales, métodos de enseñanza y otros medios empleados por el profesor o tenidos en cuenta por él en el sentido de alcanzar los fines de la educación”.
Nosotros, que nos hemos formado en las ciencias históricas, notamos que la mayoría de los conceptos revisados de currículum son verdaderamente ahistóricos. Y el de la Unesco no escapa a esta palmaria condición. Hemos lamentado que el historiador de los conceptos Reinhart Koselleck (1923-2006) no haya trabajado tan importante concepto en la historia del pensamiento occidental en su monumental obra Conceptos históricos fundamentales. Sus discípulos, pues, tienen la palabra.

Este ahistoricismo permanente en cuestiones del currículum puede deberse a tres razones, nos dice Kliebar, (citado por Estebaranz, 1994:143), veamos. Uno “por la ignorancia de lo que se ha hecho; o por la preocupación de estudiar el momento actual, lo cual es importante porque enfocarlo sobre el presente ayuda a iluminarlo, pero también puede oscurecer ciertos aspectos del currículum por su falta de perspectiva histórica; o porque el currículum es un campo de actividad práctica formativa que se desarrolla en una atmósfera de crisis y de urgencia, y en estas condiciones el presente se nos impone sobre el pasado, que llega a ser poco más que un fundamento para exhortar a cambios urgentes en el presente.”

Es por esta razón que nos hemos atrevido a realizar un trabajo sobre el currículum desde la perspectiva de la ciencia de la historia. Pero es de aclarar que nuestro trabajo tiene también otra particularidad: estudiar históricamente el currículum en una sociedad determinada y en unos institutos educativos que tienen nombres y apellidos. Son los hombres y las mujeres de carne y hueso datados en la temporalidad histórica del siglo XIX venezolano, en una conservadora ciudad del occidente de Venezuela: Carora, capital del Distrito Torres del estado Lara en las postrimerías del siglo antepasado.

Además, hemos incorporado a este análisis del currículum en tiempos del dominio del paradigma positivista decimonónico, otra perspectiva: analizar el llamado “currículum oculto” que de forma velada y encubierta se impartía en los colegios de primeras letras para señoritas, y en un instituto de educación secundaria para varones de esta singular sociedad que, en los días que corren, presenta unas características socioculturales que pueden presentarse como anacrónicas y extemporáneas. Es la Venezuela del pasado que pervive y subsiste a pesar de los enormes cambios ocurridos en el siglo pasado, fundamentalmente la súbita e inesperada riqueza petrolera que torció de forma dramática nuestro devenir histórico. Es lo que de inmediato vamos a mostrar.


La sociedad caroreña, una singularidad histórica en Venezuela.

En nuestro estudios de Maestría en Historia hemos señalado que la sociedad caroreña ha tenido y tiene una particularidad muy señalada: la existencia de una estructura social muy desigual y cuyo vértice lo ocupa una clase social con rasgos de casta llamada la “godarria caroreña”, blancos de la plaza, o también patriciado caroreño. Desde tiempos coloniales ha ejercido una clara hegemonía ideológica y cultural hablando en términos gramscianos en la ciudad del Portillo. A Carora se le ha tenido como un “refugio de la hispanidad” por encontrarse, aun en el presente, una serie de familias que hunden sus raíces en el mantuanaje, los que han tratado de mantener una cierta pureza étnica, que también ha sido una pureza en las creencias religiosas al apegarse a un catolicismo tan ortodoxo como militante. Es lo que se ha llamado una endogamia espiritual.

Se trata de una serie de familias cuyos linajes han copado los escenarios económicos, sociales, culturales y religiosos en esta remota y aislada localidad del semiárido del occidente de Venezuela. Estas excluyentes estirpes se asemejan a una casta, y han tenido una preocupación constante: la pureza de su origen noble y aristocrático. El abolengo y la prosapia los distingue, a tal punto que se puede hablar que en Carora ha existido una separación de castas muy evidente, pues hasta tiene elementos espaciales y geográficos, pues los godos o patricios caroreños han ocupado sus lugares de residencia los alrededores de la Plaza Mayor o Plaza Bolívar de la ciudad.

Estos troncos familiares proceden de las islas Canarias y de diversas regiones de la Península Ibérica. Digamos sus apellidos de inmediato: Alvarez, Herrera, Oropeza, Riera, Perera, Zubillaga, Gutiérrez, Montes de Oca, González, Silva, Meléndez, Yépez. Esta docena de estirpes han llegado a conformar lo que se ha dado en llamar una sociedad cerrada en plena era republicana, la cual tiene un sentido de casta ligado a las creencias religiosas. Pureza de linaje, sentido de exclusión, y un catolicismo militado de forma ortodoxa, son los elementos que han permitido que esta forma anacrónica de constitución familiar haya llegado hasta nuestros días de manera casi incólume y sin sufrir desestructuraciones destacables que pongan en peligro esta singularidad social en el tercer milenio que vivimos.

Estos linajes se han apropiado en primer lugar de la tierra y han establecido grandes latifundios al suroccidente de la ciudad, en las actuales carreteras Panamericana y Lara-Zulia. Son las mejores tierras del Municipio Torres. Allí desarrollaron un experimento genético único en el país: el Ganado Raza Carora, así como dos centrales azucareros. Esta ligadura a la tierra le ha dado, acaso, un carácter telúrico a su proverbial conservadurismo. Otro de los ramos de la economía que han tomado para su dirección es el comercio. Importantes casas comerciales que han mantenido un activo mercado de bienes con Barquisimeto, Coro, Maracaibo y Puerto Cabello. Hablamos de la Casa Flavio Herrera, Casa Comercial Zubillaga Hermanos, Casa Comercial Amenodoro Riera, entre otras.

Esta evidente hegemonía no podía estar completa sin el factor religioso. Carora ha sido llamada la “ciudad levítica de Venezuela”, ello por la significativa cantidad de sacerdotes allí nacidos, unos 300 levitas, de entre los cuales destacan seis obispos. Las vocaciones sacerdotales ya emergen en el siglo XVI y se prolonga hasta el presente. Es indicador clave para entender la atmósfera religiosa que allí se forjó lo constituyen la existencia de múltiples cofradías o hermandades, llamadas por el francés Michel Vovelle (1985) “estructuras de solidaridad de base religiosa”. Eran conocidas en buena parte de la Provincia y en la Capitanía General de Venezuela, así como en la República. A tales hermandades entraron cofrades de Irlanda, Francia, los Reinos Españoles, Cuba, Santo Domingo, el Reino de Nueva Granada, así como de buena parte de nuestras ciudades venezolanas: Caracas, Valencia, Maracaibo, Barinas, San Carlos, Trujillo, Mérida, San Felipe, Churuguara, Siquisique, Coro, Nirgua. Estar inscrito en una de estas cofradías era una suerte de llave del Reino de los Cielos, así como también obligaba a los hermanos asistir a los actos fúnebres de algún hermano, auxiliar a huérfanos y viudas. También eran boyantes empresas agropecuarias, pues poseían unas haciendas extensas al oeste de la ciudad trabajadas bajo criterio esclavista. Es necesario destacar que las cofradías prestaban dinero a bajos intereses.

La “godarria caroreña” dominó igualmente en el ámbito de la política, la cultura y la educación. Dirigieron los factores políticos locales, tres rectores de la Universidad de Caracas son coterráneos nuestros. Crearon los institutos educativos de primaria y de secundaria, los clubes y asociaciones, los medios impresos. En 1890 fundaron el Colegio particular La Esperanza o Fedreal Carora (que será el centro de atención de nuestro presente trabajo), el selecto y sexista Club Torres en 1898, una veintena de periódicos desde 1875, entre ellos el diario El Impulso en 1904, revistas, movimientos de opinión. Visto someramente este cuadro social pasemos a estudiar las instituciones educativas caroreñas centro de nuestra atención.


Educación en Carora en las postrimerías del siglo XIX.

En este singular y sorprendente cuadro sociocultural, no nos extrañe que sean los “godos de Carora” quienes lleven adelante el proceso educativo, colocándolo bajo su dirección en lo que puede expresarse como una hegemonía ideológica y cultural en términos gramscianos de esta clase social con rasgos de casta que domina en muchos aspectos en el presente, en la alborada de este tercer milenio. Jurjo Torres (1991) nos dice en su teoría de la reproducción, que como su nombre lo indica, coinciden en ver a la escuela como una de las instituciones sociales fundamentales, clave, para reproducir las relaciones económicas vigentes en una sociedad. En ella se expresa el llamado currículum oculto, o dicho de otro modo, por lo implícito que tienen que ver con los conceptos educativos de los docentes, su formación, la manera como se conciben las intencionalidades del estado, las ideologías que subyacen a la práctica educadora, los intereses grupales, el estado emocional entre otros y que están presentes en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Así, dice Quispe Santos (2004), muchas veces el discurso oculto de las cotidianidades en las aulas traicionan las buenas intenciones de muchos educadores. En este sentido, avancemos en el estudio de la educación caroreña del siglo XIX para determinar cómo se manifiesta el currículum oculto.

Un colegio de señoritas en Carora siglo XIX.

El primer instituto educativo colocado bajo el foco de nuestra atenciones es el Colegio Santa Teresa, instituto exclusivo para niñas fundado en Carora el 1º de enero de 1880 en tiempos del presidente Antonio Guzmán Blanco. Es un colegio excluyente, pues está colocado al servicio de la educación de las jovencitas y niñas de la godarria caroreña. Una evidente predisposición de género y expresión de la razón patriarcal que dominó nuestras concepciones sobre la sociedad, el hogar y las instituciones educativas. Los apellidos de estas alumnas lo dicen todo, veamos: Alvarez, Oropeza, Arapé, Crespo, Mármol, Delpianis, Dominguez, Franco, Meléndez, Perera, Riera, Silva, Zubillaga, Herrera.

Pero veamos y examinemos las asignaturas que se dictaban en este colegio para niñas. Es un pensum destinado a mantener en un lugar subordinado a la mujer en la sociedad. Es lo que la filosofa francesa Simone de Beauvoir (1949) llamó el “segundo sexo”. Esas “clases” eran: Gramática castellana, Aritmética razonada, Geografía general, Religión, Moral, Historia Sagrada, Lectura y Escritura, Tejidos y Labores, Obras de Mano, Lectura Explicada, Escritura al Dictado. La intención de tal plan de estudios no es otro que el de formar mujeres al servicio del hogar, cuidar a los niños y en la motivación de hacer por siempre feliz y dichosos a sus maridos. El sexismo es, pues, un factor de discriminación que limita y excluye a la mujer de poder estar en igualdad de derechos y oportunidades a la par que el hombre. Este discurso se alentó gracias a las Sagradas Escrituras, cuerpo de creencias que considera a la mujer como fuente de pecado. Recordemos que la mujer primordial, Eva, hizo caer, por insinuación suya, en el pecado a Adán, el hombre genésico.

Las mujeres no tenían acceso a la educación secundaria en aquella sociedad androcéntrica, una construcción simbólica, pues solo lograron entrar muy tardíamente a la elitesca educación secundaria en el Colegio Federal Carora en el año escolar 1931-1932; además no podían hacer vida social en el Club Torres, corporación cerrada al bello sexo hasta muchos años después, es decir, en tiempos de la “revolución de octubre” de 1945. Hechas estas consideraciones sobre la educación primaria, pasemos a examinar la educación secundaria.
La educación secundaria en Carora siglo XIX.
Pero es aun mucho mas palmaria y evidente la manifestación de la llamada “razón patriarcal”, reproductora de las desigualdades sociales en la Venezuela del siglo XIX, con la fundación del Colegio La Esperanza o Federal Carora el 1º de mayo de 1890. Se trata de un colegio sexista, exclusivo para varones, y casi exclusivo para los muchachos e hijos de una clase dirigente y minoritaria: los patricios caroreños. Fue en sus inicios un colegio particular-hoy decimos privado- creado al calor del patriciado caroreño en sus más conspiscuos representantes, dos ricos comerciantes locales: Andrés Tiberio Alvarez y Amenodoro Riera, quienes aportaron una suma importante de dinero para crear aquel elitesco y excluyente instituto de educación secundaria, nivel educativo que no solo era elitesco en Carora sino en toda la Venezuela decimonónica.

Apenas se inscribieron en aquel novel instituto 22 muchachos para cursar el exclusivo “trienio filosófico” de nuestra educación, una exigua y mínima cantidad de personas, visto que la población total de la ciudad estaba por el orden de los 8.000 personas. Para dirigir el instituto recién creado creyeron conveniente los godos darle la responsabilidad a unos de los suyos, el Doctor Ramón Pompilio Oropeza Alvarez, abogado recién egresado de la Universidad de Caracas, así como al médico cirujano Dr. Lucio Antonio Zubillaga, egresado también de esa casa de estudios superiores.

En la ciudad de Caracas asiste Oropeza a la Universidad dominada por el pensamiento positivo y cientificista glosado por sus dos paladines: Adolf Ernst y Rafael Villaviencio. De esta filosofía tomará Oropeza un entusiasmo por las Ciencias Naturales, pero en lo íntimo siguió siendo fiel a su formación de católico ortodoxo. Es así como alterna sus actividades como presidente de la Sociedad Científico Literaria junto con José Gil Fortoul, pero continúa hablando de “nuestra adorable religión”, besa el anillo del Obispo Críspulo Uzcátegui en su Consagración Episcopal, levita caroreño que le acoge y protege. En esa ocasión escribe: “Censuro por otra parte, el poco respeto que se da aquí (en Caracas) a la Casa de Dios sobre todo en las grandes festividades; poquísimas son las personas que están allí con el debido respeto, en una palabra, los templos parecen que se convierten en teatro. Ojalá que por allá (en Carora) no nos llegue esta clase de civilización.”
Una vez graduado regresa a su tierra a fundar tan anhelado Colegio. Es un instituto que no trata de formar ciudadanos sino doctores, como diría el Ministro Jacinto Gutiérrez en 1858. Se prodigaba la vida teórica, afirmaba Francisco Oriach, por decirlo así con detrimento de la práctica. El título de bachiller era en esa Venezuela ya lejana, un adorno social, un titulo decorativo. Sus conocimientos abstractos de teorías simples y sin aplicación inmediata hacían de los bachilleres personas que no tenían o conocían un oficio útil o definido (Fernández Heres; 1983. Citado por Cortés Riera; 1997: 103).
Nos llama poderosamente la atención un hecho particular y que a nosotros en el siglo XXI nos resulta sorprendente. Nos referimos a las casi inexistentes relaciones del Colegio caroreño y el Ministerio de Instrucción. Podríamos inferir que el instituto nació como una iniciativa local con la intermediación muy fláccida del ministerio del ramo. Ello conllevó a que fueran los mismos padres y representantes junto a los docentes, los que en los días anteriores a la fundación del Colegio estudiaron los programas de enseñanza. Y así sucedió durante todo el siglo XIX, hasta la llegada al Ministerio en 1911 de un eminente hombre del saber y de la cultura: Dr. José Gil Fortoul. La educación venezolana le debe a este larense muchas reformas, entre las cuales cabe destacar para nuestros propósitos: la unificación de los planes de estudios en los colegios de primaria y secundaria del país. Era, pues, una enorme dispersión la que existía en los currículos de nuestro sistema educacionista hasta entonces.
Colegio Federal Carora. Planes de estudio 1891-1899.
Clases/
asignaturas
1891-1892
1892-1893
1893-1894
1894-1895
1895-1896
1896-1897
1897-1898
1898-1899
Filosofía elemental
x

x

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x

Aritmética y álgebra
x

x

x

x

Latinidad (2º año)
x


x

x

x
Griego
x
x

x

x

x
Física experimental

x






Geometría, trigonometría y topografía

x



x

x
Latinidad (2º año)

x






Física particular


x





Geografía, cosmografía y cronología


x
x
x



Latín 1º año


x

x

x

Física 2º año


x



x

Física 1º año



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Francés




x
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Astronomía y cronología






x

Gramática castellana






x

Gramática y retórica







x
Pedagogía




x




Fuente: Libro de matrícula del Colegío Federal Carora, 1891-1900. Folios 1-29.
Y allí estaban en aquellas aulas, prestos a recibir los conocimientos del viejo “trienio filosófico” en esa enseñanza semiclásica, semiaristocrática y semiprivilegiada (Grisanti; 1925), los muchachos, todos varones, retoños de la “godarria caroreña” y sus sonoros apellidos: Oropeza, Alvarez, Zubillaga, Gutiérrez, Meléndez, Herrera, Curiel, Montes de Oca, Perera, Riera, entre otros (Perera, Ambrosio; 1967). Eran ellos la única clase social que podía tener acceso a tal educación en la Venezuela de finales de siglo XIX. “Un bachillerato de inveterada tradición humanística, y reflejo del bachillerato francés que suplantara al tipo de instituto colonial de ascendencia hispánica, y por tanto medieval.” (Mudarra; 1978:43)

En esas aulas se dictaban unas clases de tipo hispánico (Grases; 1989: 456). Es decir, la clase (la clase uniforme, con tendencia fatal a la oratoria, al discurso, a la recitación, al periodo bien dicho y a las notas más o menos mal tomadas por el oyente). Es una característica común en todo el orbe hispanoamericano la vieja tradición o hábito de la lección expositiva. Todo ello muy diferente en el mundo anglosajón, Alemania y Francia, países donde se acostumbra las horas de consulta entre maestro y discípulo en lo que se llama el office hours. Es el tiempo reservado a intercambiar ideas el profesor y el estudiante, que es tan importante e imperativo como las famosas horas de clase que el profesor hispánico tiene casi como único deber.

Y decimos ex profeso “viejo trienio filosófico” de nuestra educación secundaria puesto que encontramos en este plan de estudios una evidente direccionalidad: el conocimiento de la Antigüedad clásica greco-romana, pese a la introducción de las Ciencias Naturales allí. El prodigioso avance de la filosofía positivista de Comte y Spencer, que entró al país de la mano de Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, no logró modificar la rutina de nuestro bachillerato, nos dice Angel Cappelletti (1994: 340), pues no menguó la intensidad de los estudios clásicos. Observemos con detenimiento el cuadro anterior y notaremos el enorme peso de los estudios del Latín y el Griego, dos lenguas que dejaron de ser universales y por medio de las cuales se expresó el pensamiento filosófico y de la Ciencia Natural hasta el siglo XVII. El idioma latino era uno de los ejes curriculares de ese plan de estudios y hasta se le daba prioridad sobre las lenguas vivas. Obsérvese el cuadro anterior y se podrá notar la presencia continua de la lengua del Lacio en los años escolares de 1890 a 1899 del Colegio Federal Carora.

El sociólogo de la educación británico Basil Berstein (1990) nos habla que las clases dominantes adquieren conocimientos que se constituyen en barreras discriminatorias, instrumentos de dominio diferenciados. Se trata de los códigos restringidos y elaborados. El restringido depende netamente del contexto y es particularista, está enmarcado en el ámbito de la producción material y es empleado por la clase trabajadora. El código elaborado no depende del contexto, es universalista, está enmarcado en el ámbito de la reproducción ideológica, reproducción del control simbólico y es empleado por la clase dirigente. Conocimientos de humanidades, dice, de lenguas clásicas, saber inútil, para demostrar un ocio ostensible, el “clasicismo fútil” como característica de la clase ociosa. Esta pervivencia de las lenguas muertas en nuestros planes de estudios secundarios y universitarios revela la enorme influencia que ellos han tenido en la conformación de la mentalidad de élites en los países de hispanoamérica, nos dice Darcy Ribeiro (1977: 170). Se trata de una estructura psicológica, hablando en términos braudelianos, de “larga duración”, pues sus orígenes se remontan a la Antigüedad clásica y a la Edad Media europea. Y es que ya desde muy antiguo el “trívium” se debió a las demandas educativas de la clase dirigente de Atenas. La Retórica era el instrumento del poder político (Lundgren: 1997).

Estamos hablando de las artes liberales cultivadas por los hombres libres, en clara oposición a las artes serviles, oficios viles y mecánicos propios de los siervos y esclavos. Oposición entre el trabajo intelectual, el único consentido por las capas altas de la sociedad y el trabajo manual propio de las clases populares. Es el eco del trívium y el quadrivium medieval que resuena en las aulas de nuestro Colegio caroreño. La Gramática ayuda a hablar, la Retórica colorea las palabras y es muy útil para los abogados y políticos y escritores y en general para quienes quieren persuadir o convencer de algo. En un continente como el nuestro el buen y correcto uso de la palabra en privado y en publica significaba y significa darle dirección y sentido ideologico y cultural a toda la sociedad. Y, como se verá más adelante, nuestro Colegio caroreño ha formado de forma pródiga y abundante tales profesionales.

El quadrivium estaba ligado a las artes ligadas a las matemáticas: la Aritmética numera, la geometría pondera, la Astronomía cultiva los astros. Era preciso aprender a dominar el quadrivium para comprender el movimiento de los astros y, en consecuencia, aprender a confeccionar almanaques y calendarios, pues era privativo de las clases educadas, que eran las clases dominantes, manejar y entender una categoría básica de lo histórico: el tiempo. Los detentadores del poder en cualquier sociedad de clases dominan la dosificación del tiempo y dominan el recuerdo. Son ellos quienes deciden qué se debe recordar y qué se debe olvidar.

El plan de estudios presenta otra perspectiva de análisis. Se trata de la separación de las Humanidades de la filosofía natural o Ciencias Naturales que viene de la Ilustración dieciochesca. Es el problema de las dos culturas de las cuales nos habló el profesor Charles Percy Snow en 1959. En el Colegio caroreño cohabitaban ambas culturas, pues al lado de la Filosofía y de la Gramática se pueden encontrar la Física experimental y la Física particular. Pero creemos que la Filosofía que enseñaba los doctores Oropeza y Zubillaga era un saber más bien metafísico cuyas proposiciones no tocaban la realidad. Era, pues, una filosofía especulativa con escasas conexiones con la Ciencia Natural. Hemos dicho que el positivismo estimuló el cultivo de las Ciencias de la Naturaleza, pero estamos resueltos a creer que la Física que el Dr. Zubillaga dictaba a los alumnos del Colegio era una Física conceptual y de pizarrón y que, consecuencialmente, obviaba la noción fundamental del experimento, que es la base indiscutida del método científico que campea en la actualidad en todas las ciencias naturales. Se estaba reproduciendo en el siglo XIX una situación ya sucedida en la Real y Pontificia Universidad de Caracas de finales del siglo XVIII, institución dominada por el aristotelismo, donde un docente, el Dr. Baltazar de los Santos Marrero, se atrevió a enseñar en sus cátedras la nueva física newtoniana, por lo cual fue llevado a juicio. Fueron, pues, serios los obstáculos a vencer para que el método experimental fuera aceptado en nuestros institutos de educación venezolanos.

La Ciencia Natural creía haber llegado a sus límites a fines del siglo XIX. Después de Newton era poco o nada lo que aun quedaba por investigar. Hacia mediados del siglo XIX, escribe Ignacio Burk (1985: 21), la totalidad de la información científica era asimilable. Conducía a nuevas ideas y era luz para muchos. Los científicos se sabían dueños de una ciencia coherente, unitaria y delimitada con precisión. Para los más era el fundamento sobre el cual edificar una cosmovisión racional y personal. Era la llamada “física de éter”, la indiscutida Reina de las Ciencias Naturales, erigida sobre la mecánica clásica basada en la geometría euclidiana, la que al despuntar el siglo XX iba a ser demolida en sus cimientos por los físicos alemanes Max Planck y Albert Einstein. Creemos firmemente que los doctores Oropeza y Zubillaga no pudieron comprender aquel enorme cambio científico que destruyó para siempre y en forma brusca nuestra imagen del cosmos. Después de todo eran hombres del siglo XIX y que a pesar de que asistieron a la Universidad de Caracas, epicentro del positivismo, filosofía naturalística que con sus aspiraciones de certidumbre absoluta que campeaba en las ciencias naturales y sociales, impidió que con su determinismo a ultranza pudieran asimilar estos docentes nuestros las nuevas nociones que la Física del siglo XX introducía: el discontinuo, la teoría de los quanta y de la relatividad.

La oligarquía y sus intelectuales de nuestra Venezuela seguía aferrada al determinismo positivista deciminónico, pues este episteme coincidía plenamente con su visión del mundo al justificar científicamente la división por castas de la sociedad. Los caucásicos son la raza superior y en consecuencia es la que está destinada a llevar las riendas de la sociedad. Es el fatalismo de los hechos físicos y de los fenómenos de la naturaleza: los tres troncos raciales, blancos, indios y negros. La educación solo será asimilada por y para los blancos. Consideran a las dictaduras, tales como la del Juan Vicente Gómez, como una etapa necesaria para imponer el orden social, acabar con la anarquía y asegurar el progreso como camino expedito hacia la verdadera libertad. La educación, sostienen los positivistas criollos, deberá abrir las mentes a los descubrimientos de las ciencias positivas que deja atrás las explicaciones teológicas y metafísicas paralizadoras del progreso. (Sosa Abascal, Arturo; 1983)

Esta incomprensión escolar de los avances científicos nos coloca ante una constante: el extremo conservadurismo mental de la escuela. Es una suerte de neofobia que ataca las estructuras académicas en todas partes. Nos ha sorprendido que Baudelot y Establet en su clásico libro La escuela capitalista (1971:127) resalten que en un país industrializado como Francia la física einsteniana como la mecánica cuántica hayan tenido una enorme resistencia en los medios académicos secundarios y universitarios para ser enseñada allí. Y lo mismo, es necesario reconocer, podría decirse para la educación en Venezuela dominada por muchos decenios por el determinismo positivista que tanto la afectó impidiéndole la apertura hacia nuevas formas de comprensión de la realidad del mundo natural.

La religión en la vida educacionista caroreña.

Hemos dejado para el final de este trabajo un aspecto esencial de toda cultura y de toda sociedad: la religión. Y la ciudad que nos ocupa hemos considerado que el catolicismo se expresa en esta población del semiárido occidental venezolano de manera tan masiva y omniabarcante como cualquier poblado de los Andes, los cuales han sido considerados por la historiografía como los de mayor arraigo de la fe en Venezuela. Hemos notado que en los dos institutos de enseñanza aquí estudiados observamos que es en la escuela primaria, el Colegio Santa Teresa, donde aparecen explícitamente asignaturas ligadas a lo sagrado: Historia sagrada y Religión. Pero en el Colegio Federal Carora no asoman estas asignaturas, pues se trata de un colegio en apariencia laico, desligado de la Iglesia Católica. Pero las creencias religiosas permean en todos los flancos al instituto educacionista de secundaria. La “ciudad levítica”, que teme a Dios y a la condenación en las pailas del infierno, se constituye la base constitutiva del inconsciente colectivo caroreño. Es la manifestación de una carencia sufrida por nuestro desarrollo histórico en Hispanoamérica: no tuvimos Ilustración. Sufrimos aun los efectos del Concilio de Trento nos dice Picón Salas (Paz, Octavio; 1989 p. 340).

Y con la Iglesia nos hemos topado. Al finalizar el primer año escolar de nuestro Colegio en 1891, no es casual que el acto académico tuviera como escenario la iglesia de San Juan Bautista de Carora. Se inició el acto con palabras de un levita, Monseñor Maximiano Hurtado; continuó el Dr. Oropeza leyendo el Acta de la Medalla de Honor. De este documento extraemos un párrafo en el que se entrevé la profunda impronta de lo metafísico en el discurso académico: “No vaya el joven laureado (Rafael Losada) a olvidar ni siquiera por instantes los nuevos y gravísimos deberes que contrae. Tenga presente que ahora va á ser el punto en que convergen todas las aspiraciones de sus compañeros; que Luzbel fue un ángel que cayó (subrayado nuestro); y que así, es para él un deber sagrado conservarse siempre digno de la honra discernida.” Obsérvese el tono intimidatorio y hasta amenazante de tales palabras, lo que nos deja ver el carácter sancionatorio de los preceptos de la oratoria sagrada.

Conviene, para finalizar, detenernos en la persona del Dr. Ramón Pompilio Oropeza (1860-1937), Rector fundador del Colegio Federal Carora. Formado en un hogar de dilatado linaje y de profundas convicciones católicas. En su casa -sostenía- se forjó una verdadera geometría moral. Era godo, pero pobre, decía sin ambages. Después de realizar su primaria en su ciudad marcha a El Tocuyo, donde bajo la guía del Br. Egidio Montesinos, Rector del Colegio de La Concordia, realizará sus estudios de bachillerato. De tal instituto dirá: “Fuera de este templo (el Colegio) todo es oscuridad y confusión. Y en efecto ¿Qué fuera de la existencia del hombre sin su ayuda ¿ Una flor inodora y sin atractivo alguno; un campo salvaje y desierto, un débil pajarillo, abandonado y sin nido.”

Quizás por desconocimiento o por no admitir que el pensamiento racional griego contaminó la fe cristiana, tales como nuestra idea de un Dios trascendente que está afincado en la tradición platónica y aristotélica, Oropeza dice del Hijo de Dios: “Un hombre que sin haber frecuentado Academias, sin haber oído a Sócrates, ni estudiado a Platón, ni haber tenido trato alguno con ninguno de los sabios de la humana ciencia, ni haber conocido otra escuela que el modesto taller de un carpintero, se revela en su palabra y doctrina Maestro de altísima sabiduría.”

La filosofía que enseñaba Montesinos en su Colegio particular era una filosofía de corte eclesiástico, semiescolástico, con gran influencia del espiritualismo balmesiano, una conciencia teísta y cristiana del mundo que inevitablemente estaba vinculada al tradicionalismo sociocultural y el conservadurismo político. (Cappelletti; 1994: 229). Bajo la influencia de tales concepciones escribirá Oropeza: “el hombre, a la par que se instruye debe procurar que su instrucción descanse sobre solidas e indestructibles bases de la religión y la moral, y tener presente en todas sus investigaciones esta deidad sublime: la fe.” Sin religión y moral, afirma Oropeza, “la instrucción se convierte en fuente perenne de innumerables males (…) desaparece todo lo bello, todo lo noble, todo lo laudable, quedando en su lugar los vicios que horrorizan y mil absurdos más, que son pendientes rápidas que conducen al profundo y degradante abismo de la perdición.”

No solo el individuo se pierde cuando no hay religión ni fe. La instrucción, continúa Oropeza, sin la creencia en Dios, expone a la sociedad “a sufrir profundas conmociones en su seno mismo, la verdadera civilización decae y el hombre no es más que un ser que pudo ser feliz; pero que, saliéndose de la órbita que le señaló el Creador para sus investigaciones se ha hecho el ser más desgraciado.” De su querido Colegio se expresará, ya anciano, este hombre que hizo de la educación un apostolado: “Algunas generaciones han pasado por aquí (…) esas generaciones, si no han encontrado aquí el apetecido acopio de doctrina, han hallado al menos honradez en los propósitos, noble empeño, voces de aliento, buen consejo y sano ejemplo.”

Tales palabras de este eminente educador de la provincia nos coloca frente a un hombre que hizo del discurso religioso la guía y conducción de un magisterio muy prolongado y lleno de acechanzas. Venciendo grandes obstáculos, tales como la clausura del Colegio por largos 11 años, formó una generación intelectual que no puede merecer sino el calificativo de brillante, quizás de las más eminentes que haya producido la provincia venezolana de finales de siglo XIX y el primer tercio del siglo pasado. (Cortés Riera; 1997: 154). Destacan como discípulos del Dr. Ramón Pompilio Oropeza los siguientes prohombres del conocimiento y el saber: Dr. Pastor Oropeza, fundador de la pediatría en el país; Luis Beltrán Guerrero, humanista; el historiador Ambrosio Perera, Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, un adelantado de la Teología de la Liberación en el país y el continente; Dr. Juan Oropesa, Rector de la Universidad Central de Venezuela; Dr. Ambrosio Oropeza, jurista que condujo le redacción de las Constituciones de 1947 y 1961; Cecilio Zubillaga Perera, quien en sus posiciones socialistas no dejó de ser un creyente fervoroso; José Herrera Oropeza, político y escritor, incansable luchador por la independencia de Puerto Rico; el fino poeta Elisio Jiménez Sierra, reconocido como tal por Octavio Paz, premio Nobel de literatura; Homero Alvarez, reconocido médico pediatra; Ambrosio Perera historiador de la Venezuela colonial; Antonio Herrera Oropeza, director de El Diario de Carora; los educadores Rafael Tobías Marquís, Miguel Angel Meléndez, Rafael Losada y Pablo Alvarez; Dimas Franco Sosa, exquisito poeta;Dr. Ricardo Alvarez, uno de los fundadores de la psiquiatría; Carlos Gil Yépez, iniciador de las cátedras de cardiología en la UCV; el educador Juan Sequera Cardot, el médico y educador Pablo Alvarez Yépez, Jacobo Curiel, culto farmaceuta de ascendencia israelita, entre otros. (Mora Santana; 2005)

Hemos observado, pues, que el entorno social decididamente metafísico y religioso, expresado de forma militante y manifestado en un catolicismo medular, permeó profundamente el acto educativo en estas dos instituciones educacionistas caroreñas, las que han sido objeto de nuestros estudios de cuarto nivel y quinto nivel bajo la señera y estimulante guía de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas. Sin embargo sería mezquino dejar de reconocer que la filosofía positivista estimuló el cultivo de las Ciencia Natural (Biología, Zoología, Geología, Higiene, Mineralogía, Botánica) y el conocimiento de las lenguas vivas (Alemán y Francés), durante la larga dictadura del presidente Gómez. Pero este es un aspecto que está colocado fuera del periodo histórico que nos hemos propuesto examinar históricamente, es decir las décadas finales del siglo XIX.





Consideraciones finales:

Dice Nacarid Rodríguez que: “La increíble historia de los programas escolares es un reto para los más acuciosos historiadores.” (Citado por Mora García, Pascual; 2004: 49-74). Es por tan estimulante reto de esta investigadora que nos hemos dedicado a examinar los currículos, planes de estudios, de dos institutos educativos del Estado Lara, que hacen vida académica en la antigua ciudad de Carora. Se nos objetará lo pequeño del objeto de estudio, por lo que no podrán ser sus consideraciones generalizables para el resto del país. Es cierto, pero no es nuestro propósito extender los mismos criterios investigativos a otras instituciones educacionistas venezolanas. Recordemos lo poco que se ha hecho en el estudio histórico de los currículos en el país y a la condición en extremo particular de la educación en la remota y aislada población de Carora en el siglo XIX, en un país desarticulado y con escasas conexión entre sus regiones, y más aun con su capital, Caracas.
Un esfuerzo meritorio en tal sentido hemos realizado en el Instituto Pedágogico de Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, escenario academico donde desde 1989 y bajo la dirección de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas hemos creado una comunidad de discurso bajo las premisas conceptuales de la Escuela de Anales fundada por Marc Bloch y Lucien Fevbre en 1929, para la puesta en marcha de una muy fértil y auspiciosa Línea de Investigación llamada Historia social e institucional de la educación en Centroccidente de Venezuela, de la cual han sido presentadas y defendidas unas 80 trabajos de Maestría en Historia y unas 10 de Doctorado en Educación.

Consideramos que investigaciones específicas e idiosincráticas como la que acabamos de realizar de forma somera y rápida, se deben realizar en otras instituciones educacionistas de otras localidades y tiempos históricos del país. Solo de tal manera llegaremos a la comprensión de tan complejo y dificultoso cuadro en el disperso y diseminado currículum de las instituciones educativas anteriores a la asunción del Ministerio de Instrucción del Dr. José Gil Fortoul en 1911 quien finalmente diseñó el Currículum Nacional. Queremos decir que esta circunstancia tan especial y específica ha modelado nuestro método y al objeto de estudio. La naturaleza privativa de los planes de estudios acá estudiados es el resultado de situaciones especiales y distintivas de una localidad, lo que no pone en entredicho que hubiesen características generales de la educación del siglo XIX expresadas en nuestros institutos educacionistas.

Por último debemos resaltar que el examen del “currículun oculto” en tales institutos de educación ha sido para nosotros un verdadero reto investigativo, dado la inexistencia casi total de antecedentes en tal sentido. Debimos vencer, además, un pecado cometido insistentemente por los historiadores: el anacronismo. Es decir la tentación de trasladar las categorías de la ciencia de la historia del presente en forma inadecuada y falaz al objeto de estudio en el pasado.
Nuevas investigaciones vendrán, eso es seguro y necesario. Cuando eso suceda creemos que nuestro esfuerzo debe ser tomado como pionero y como motivador de futuras investigaciones de nuestra educación con sentido histórico.


Fuentes bibliohemerográficas y documentales consultadas.

Baudelot, Cristian y Establet, Roger. La escuela capitalista en Francia. Siglo XXI Editores. México, 1987.
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Cortés Riera, Luis Eduardo. Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI al XIX. 2003. No publicada.
Cortés Riera, Luis Eduardo. El Colegio Santa Teresa de Carora. Diario El Impulso. Barquisimeto. 17 de agosto de 2012. En internet.
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Mora Santana, Luis. Del Colegio Federal Carora al Liceo Egidio Montesinos, 1911-1969. Upel, Barquisimeto, 2005. No publicada.
Mudarra, Miguel Angel. Historia de la legislación escolar contemporánea en Venezuela. Publicaciones Mudbell. Caracas, 1978.
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Vovelle, Michel. Ideologías y mentalidades. Ariel,Editorial SA, 1985.


Nota: El autor de el presente trabajo es egresado de la Universidad de Los Andes y su Escuela de Historia, 1976, con Maestría y Doctorado en Historia (1995 y 2003, respectivamente), por lo cual se habrá notado el carácter y el tratamiento decididamente histórico dado al presente ensayo. Con ello creemos haber superado una carencia nuestra al no haber obtenido en pregrado títulos de profesor en algún pedagógico o el de licenciado en educación en una universidad.
Abrazos desde Carora, Dr. José Sánchez Carreño.









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